LAC Monografía LA IDENTIDAD

PUCE – FACULTAD DE FILOSOFÍA
CICLO DOCTORAL
Prof. Dra. Nancy Ochoa
LUCIANA ALBÁN COBOS
Julio, 2002






Monografía
TEMA: “LA IDENTIDAD”


1. REFLEXIONES INICIALES

La caída del muro de Berlín representó el inicio del fin del modelo socialista y por tanto de la confrontación “ Este – Oeste”. El proceso de mundialización que arrancó en 1492, comenzó a dar paso a finales del siglo XX al inicio de la globalización económica que demanda a su vez una globalización cultural y sobre todo de consumo, desde un modelo de organización social, política y económico exclusivo y excluyente.
Mientras la globalización demanda y requiere de mayores niveles de homogenización y de la construcción de una sola identidad a nivel planetario, en forma paralela, desde la caída del muro, se pusieron en evidencia confrontaciones violentas que justificadas desde el nacionalismo enfrentaban y enfrentan a unos pueblos con otros.
Basta recordar el doloroso proceso de balcanización sufrido por la ex Yugoslavia para dimensionar el nivel de confrontación que se dio entre pueblos que se reconocían distintos y que por tanto demandaban y demandan la posibilidad de realizar “su” proyecto social al interior de “sus” propios territorios, “sus” propias leyes, con la práctica y respeto de “sus” costumbres.
En Latinoamérica, fue durante la década de los 70 cuando con mayor vigor se extendió el discurso de la “ Nación Latinoamericana”, del “ nosotros los latinoamericanos”. Nuestro país ha sido parte de estos procesos y, en forma reiterada, al buscar explicaciones a su situación de país tercer mundista, el discurso político ha puesto énfasis en la problemática y límite que se encuentra en la falta de “ identidad” de los ecuatorianos.
Cuando hacemos referencia a enfrentamientos entre pueblos, cuando recordamos el problema vasco en España o del Ira en Inglaterra, e incluso cuando observamos esa suerte de enfrentamientos entre “ culturas” como la guerra del Golfo, la guerra de Afganistán, etc. estamos siempre girando entorno de un problema central: el problema de la identidad.
Y, este no es un problema propio de la modernidad. El reconocerse como “nosotros” y, ver a los demás como los “ otros”, ha acompañado como una constante de choques y enfrentamientos permanentes a la historia del desarrollo de la humanidad.
Reconocernos nosotros, implica de hecho dejar fuera, excluir, ignorar, a los demás.
Sin duda la modernidad trajo consigo uno de los más agresivos proyectos homogenizadores cuando la Europa reducida decidió por sí misma hacer de su historia “LA” historia, de su logos “El” logos, y así construyó un modelo binario por el cual ellos son el centro, los demás la periferia; ellos son la civilización, los demás la barbarie; ellos son los poseedores de la ciencia, los otros del mito; ellos son los constructores de la cultura, todo lo demás es folklore.
Este discurso eurocéntrico, fue deconstruido gracias al valioso aporte de pensadores latinoamericanos que entre sus logros fundamentales permitieron la relocalización del discurso, la relativización de los términos “ occidente” y “occidental”, pero, y por sobre todo, aportaron significativamente en poner en evidencia la heterogeneidad. Ya no podemos hablar de historia sino de historias, tampoco de logo sino de logos, y, aunque el historicismo latinoamericano ontologizó categorías como “ pueblo”, “ nación”, etc. el debate poscolonial se ha encargado de que alcancemos la comprensión de que tampoco existe un pueblo sino muchos pueblos y que a la vez desechemos cualquier tipo de ontologización. Igual avance en el debate se ha logrado a propósito de tratar el tema de la mujer.
Si el centro no es homogéneo, dónde queda la exterioridad latinoamericana y por tanto su identidad?

2. LA IDENTIDAD NACIONAL COMO PROBLEMA
POLÍTICO Y CULTURAL

La historia del hombre en sociedad es el relato de la eterna adaptación de la persona con su entorno y de seres humanos en su interacción con otros seres humanos. También es el recuento de su devenir en el mundo, buscando imprimir en todo lo que hace la huella de su sentir, de su articulación sobre la realidad y de su cultura. Todo lo que hace distintivas las relaciones que emprendemos, se encuentra predeterminado por una constante negociación entre lo que somos, los valores que poseemos y la importancia relativa que le damos a esta presencia social y cultural frente a la presencia social y cultural de otros. Buscamos reafirmar nuestra existencia por comparación con la identidad de los demás y, en ocasiones, por franca oposición a ella. Somos, independientemente de nuestras personalidades individuales, identidades colectivas vivas y cambiantes que se definen en una dinámica cotidiana, día a día, palmo a palmo por las interacciones que sostenemos. Las relaciones, privadas o públicas, ya sean de carácter social, políticas, culturales o económicas, dentro de un contexto social, regional o nacional dan sentido a lo que somos, y al mismo tiempo
definen nuestro futuro. Sin embargo, pocas veces reflexionamos sobre las facetas varias de nuestras identidades cambiantes. Frecuentemente sólo las vivimos, como la piel o el aire que respiramos y es que, como bien apuntan los coordinadores de este volumen

La identidad nacional como problema político y cultural ofrece múltiples desafíos para su aprehensión y comprensión.
Pensarnos en términos identitarios, nos obliga a cuestionarnos no solamente quiénes somos, y qué misión hemos venido a cumplir a este mundo, sino también reconocernos como parte de la raza humana, y como contribuyentes sociales al destino que habrá de tener el hábitat que ocupamos. Por ello es que, preguntarse qué es la identidad, y lo que es más, plantearla como un problema de estudio político y cultural es un reto, pero además, es una tarea metodológicamente difícil aunque sumamente reveladora.

Diferentes campos disciplinarios han animado la discusión en torno al tema de la identidad nacional. Cuestiones teóricas, políticas y vivenciales distintas están en la agenda de discusión para ser discutidas y debatidas. Ahí estaban por ejemplo, la cuestión de la "prescindibilidad-imprescindibilidad de la nación" acotada por la investigadora Ana María Rivadeo, quien atinadamente apuntaba el tipo de problemas a los que nos enfrentamos al tratar de seguir utilizando el concepto de lo nacional en la definición de nuestras identidades colectivas. Términos como lo nacional e internacional, que en un tiempo dieron paso a la noción de trasnacional, dieron paso a nuevas realidades interconectadas de lo global; de tal suerte que la abstracción de lo nacional como concepto revelador de un territorio, una raza, una costumbre o un pueblo, tenía que ser ahora confrontada directamente con la presencia inminente de otras identidades culturales y nacionales en contextos de internacionalización, mundialización y globalización.

De hecho, como dice la propia autora, para acotar la desmesura de los problemas que afrontamos habría que anotar por lo pronto los siguientes:

1. la cuestión teórica general de la contradictoriedad múltiple de la forma nacional, de su continuidad y discontinuidad, su unidad y fragmentariedad y de la lógica inescindible que articula, desde su propia conformación, la dinámica nacional a la dinámica intertrasnacional;
2. el examen de la rearticulación de los tejidos nacionales y de la trama mundial, que involucra el actual proceso de transnacionalización capitalista y;
3. la cuestión de la especificidad de la forma nacional (trasnacional) hoy, que comporta una analítica de los nuevos sistemas hegemónicos que la constituyen, de las luchas actuales por la conformación de lo nacional y del modo como estas luchas resignifican la consistencia de la nación, y la construcción de las identidades nacionales.

También aparecen cuestiones esenciales para una construcción de lo identitario nacional, al apuntar que "la vida y el despliegue de las naciones son siempre procesos específicos".

Para el investigador Ambrosio Velasco Gómez, el problema de la identidad nacional está anclado al modelo político que hemos decidido adoptar; y la historia de nuestros devenires y conflictos para el establecimiento de una identidad nacional, ha sido producto, precisamente, de nuestras fluctuaciones filosófico-políticas en el proceso de darnos a nosotros mismos un sistema político que nos contenga. Como dice el autor:"En suma, bajo el mero principio de igualdad de derechos la democracia liberal tiende a limitar la identidad nacional a una cultura homogeneizante y excluyente, semejante a la que produce la democracia autoritaria. Esta homogeneización excluyente constituye un factor que merma las bases mismas de la democracia: la pluralidad de intereses, tradiciones y opiniones que debaten en el espacio público y conforman el legítimo poder político.

En oposición al modelo democrático liberal, el republicano no afirma como principio fundamental la igualdad, sino el reconocimiento de las identidades culturales diversas. Este principio pone el énfasis en la igualdad de valor y de respeto en las comunidades y, de modo secundario, en el individuo. Esta prioridad se debe precisamente a que la tradición republicana concibe al individuo como miembro de una comunidad, de una cultura que le precede y dentro de la cual define su curso de vida, sus valores fundamentales, sus derechos
básicos como persona. (...) Desde la perspectiva republicana los derechos, la legislación y el ámbito de competencia del poder político se adecúan a las identidades culturales, y no al revés, como sucede en la democracia autoritaria y en la liberal, con diferencia de grados".

La historia de nuestra nación ha estado plagada de intentos por definir un sistema democrático, bajo modelos autoritarios, republicanos y liberales que pugnan por establecer un esquema que aglutine a la colectividad junto con sus diferencias. En este siglo, como en el pasado, y seguramente en el que está por venir, habremos de encontrar que los cuestionamientos filosófico-político esenciales seguirán siendo los mismos. Quizás el concepto rector que aglutine ya no sea la figura del Estado-nación, pero es un hecho que seguiremos buscando el reconocimiento de la pluralidad fundamental de la sociedad ecuatoriana dentro de un nuevo pacto social incluyente y con ello una redefinición de nuestra identidad o, dicho de otra manera, de la identidad nacional.

Ahora bien, ¿sobre qué bases podemos aspirar a la convivencia?, ¿son todavía vigentes conceptos como Estado, nación, soberanía, pueblo territorio o gobierno?, ¿sigue siendo una expresión constitutiva del Derecho y nuestra única posibilidad de sobrevivencia en sociedad el: "Nadie por encima del Estado; nada por encima del Derecho; el Estado sólo sometido al Derecho"?

El investigador Fernando Pérez Correa, al reflexionar sobre las dimensiones del marco jurídico para la convivencia pluricultural y pluriétnica en el Estado ecuatoriano contemporáneo se remite a los conceptos canónicos del Derecho para aclarar que: "El Estado soberano se entiende como una formación histórica capaz de tomar sus
propias decisiones políticas, con exclusión de fuerzas externas; estados, bloques, potestades- y de fuerzas internas; iglesias, estamentos, corporaciones". Lo anterior implica que el Estado puede darse a sí mismo el marco legal capaz de permitir la convivencia pacífica, pero ello implica la voluntad mayoritaria de la población y el respeto al marco legal. Ahora bien, dentro del marco de un estado pluricultural y pluriétnico las cosas se complican. La demanda de reconocimiento a los usos y costumbres, formas de gobierno y prácticas legales de las distintas comunidades culturales que son parte integral de nuestra nación, no es suficiente para asegurar la convivencia pacífica, ni constituye una reivindicación en el ámbito técnico jurídico por parte del Estado; simplemente es la expresión de una demanda política que, aunada a otras cuestiones que pueblan el panorama de nuestra identidad nacional, o de la pluralidad de identidades nacionales que habitan en nuestro país, simplemente no hemos podido, sabido o querido resolver. Después de todo, como indica Estela Serret "el espacio en donde se configuran y actúan las identidades es el del imaginario colectivo" y en ese sentido, confluyen dentro de ese imaginario todas las formas de percepción posibles, tanto la autopercepción, como las percepciones del otro. Ahí se encuentran, conjuntamente, las muchas y variadas percepciones de lo que significa ser indígena, ser ciudadano, habitante de lo rural o de lo urbano, ser hombre o ser mujer. (…)"Las identidades particulares, personales y colectivas son también, y no sólo, el resultado de la asignación de lugares efectuada por el orden simbólico, de modo que la percepción de un sujeto o un colectivo, pertenecientes a cierto género, se produce como el efecto secundario de una labor ordinal que le precede. Los elementos simbólicos que llevan a asociar a cierta persona con un género u otro son culturalmente específicos (…) Estos referentes simbólicos de la identidad de género se construyen y se reproducen en el interior de las diversas instancias de socialización: la familia, la(s) iglesia(s), las instancias educativas, las tradiciones orales y literarias".

Estela Serret nos permite encontrar, a través de la dicotomía más simple entre los sexos, la esencia de la formación de identidades. A partir de ahí, elaboramos otra serie de dicotomías, cada vez más precisas y más sutiles, que van conformando la multiplicidad de identidades que ahora reconocemos y que cada vez con más frecuencia, nos impiden encontrarnos en él elementos comunes.

Los procesos de aculturación respecto del yo y de los otros, añaden, como en todo orden simbólico, patrones, parámetros o referencias, frente a los cuales interpretar el yo, el ahora y el después; el referente de las identidades permite así, determinar los límites de la cultura, la alteridad y el afuera, la inclusión y la exclusión.

Las concepciones modernas sobre el nacionalismo, que aglutinaban la consolidación de los Estados nacionales del siglo XVIII y XIX, el aprecio por lo propio y la desconfianza hacia lo extranjero, son en síntesis, inoperantes en un mundo en que se fomenta la globalidad y la nacionalidad múltiple. Paralelamente, a los sujetos se les pide desaprender los patrones de adscripción nacional anteriormente aprendidos en aras de un reconocimiento a una nacionalidad múltiple. Como indica José Manuel Valenzuela Arce en su ensayo: "En el umbral de otro milenio, observamos la definición de nuevos límites de adscripción identitaria e inéditas formas de resistencia y disputa por las representaciones sociales".
Cuestiones como la doble nacionalidad y la autonomía indígena se encuentran sumamente presentes en el debate sobre la identidad nacional del Ecuador de finales del siglo XX.
"Estos cambios incluyen transformaciones tanto en la definición de los estados nacionales, la relación entre los procesos de globalización y las culturas nacionales, como en la relación entre soberanía e identidades nacionales".

El concepto de nación como comunidad política imaginada, inherentemente limitada, donde el Estado simboliza y garantiza la soberanía, debe ser interpretado nuevamente a la luz de los ecuatorianos que radican fuera del país mantengan su nacionalidad. Esta presencia significativa de ecuatorianos en el extranjero, anuncia nuevas condiciones de definición social y cultural de la nación que rebasan las fronteras del territorio, de la misma
manera en que posiciones multiculturalistas reclaman los derechos de adscripción étnica y de reconocimiento de la multiplicidad de naciones que habitan en nuestro territorio. Estos derechos incluyen derechos políticos, ciudadanía, derechos de propiedad y derechos a las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia. Así, estamos ante la gestación de nuevas normatividades que inciden en las relaciones sociales y que reconocen como relativo a la identidad nacional, mucho más que una comunidad de lengua y de territorio. Cerca de una quinta parte de la población de origen ecuatoriano vive fuera del país, situación que obliga a redefinir la interpretación sobre los procesos socioculturales que ocurren entre nuestro Ecuador, caracterizado por una profunda crisis del proyecto social dominante, y "el Ecuador de afuera" donde ecuatorianos y buscan opciones de participación en las que sus adscripciones y herencias culturales mantengan vínculos importantes con la nación social y cultural ecuatoriana".
Por otro lado, pese a que el Estado logró conformar una comunidad nacional imaginada, no ha podido borrar las antiguas nacionalidades presentes en nuestra diversidad cultural indígena. Desde ese punto de vista, tenemos que reconocer, que dentro del proyecto nacional, participan diversos proyectos de nación que inciden en la definición de los sentidos colectivos.

No hay más una unidad étnica y cultural en una población homogénea dentro de un territorio concreto y con un Estado propio. Tenemos una Patria, entendida como el legado de nuestros antepasados, que se desmorona bajo nuestros pies; más que nunca situada en la ambigüedad entre lo comprensible y lo inasequible. Como indica la investigadora Dení Ramírez Lozada en su aportación "La patria y la tradición oral. Una historia entreverada":
"La patria es el espacio donde se pueden depositar los sentimientos más profundos; emociones que, si bien son construidas socialmente por la clase de amor que la sociedad nacional ha producido hacia su imagen íntima".

Paradójicamente, en un mundo tendiente cada vez más a la globalización, donde se asume que los Estados-nación son obsoletos, siguen presentándose casos en que los individuos deliberadamente acentúan sus diferencias, reelaboran y resignifican continuamente sus identidades, y remarcan su sentimiento de pertenencia a una comunidad. La nación sigue siendo un referente crucial en el complicado proceso de construcción de la identidad, pero en opinión de la autora, más lo es la Patria que permite interiorizar las maneras de sentir,
actuar y de pensar, interpretar y reconocer los hechos y acontecimientos, y finalmente dotar de significado a las acciones humanas.

No es en balde entonces, que frente a todas estas complejidades, frente a todas estas paradojas, nos encontremos, como dice José del Val en "El balcón vacío", asomados a una realidad ante la que nos encontramos con ausencia de metodologías explícitas que nos permitan una discusión razonada de alternativas analíticas para abordar la investigación sobre las identidades.

Todo depende desde dónde se mire la identidad, así por ejemplo hay balcones coloniales, balcones a la carta, balcones deportivos, arquitectura de balcones. Desde luego el balcón representa la perspectiva epistemológica y el proyecto de nación en turno. El problema es que cada cual mira desde su propio balcón, asumiendo que puede penetrar en las claves míticas de nuestra nacionalidad, apropiarse del presente y reconocerse como el verdadero depositario de la historia. Y no es que la tarea en sí misma no sea loable, sino que: "Reflexionar sobre la identidad(identificación) propia es sin duda la más filosófica de las preguntas que nos podemos hacer. Ese quién soy y para qué soy que inaugura toda inquisición sobre el hombre en general o sobre cualquier tipo histórico particular de hombres, no es asunto menor, y debe encararse con el más alto grado de honestidad intelectual posible".

Somos el resultado de colapsos políticos, y al mismo tiempo de reacciones de defensa, de revancha, de pactos económicos, de ajustes de cuentas históricos, de la toma de conciencia de los pueblos, de quiénes son y de su identidad.

Si buscamos, defendemos y en suma "amachinamos" nuestra propia identidad, que es el término que utiliza Daniel Manrique para cerrar con broche de oro el círculo virtuoso de la discusión y ponerle la cereza al pastel para acabar otra vez con lo mismo: ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra identidad nacional? . ¿El Ecuador de a mentiras, que es el oficial formal?,¿o el Ecuador de a de veras; ¿el Ecuador indígena, el rural y campesino y el urbano, mestizo, del arrabal, de los barrios populares?. Porque como dice Manrique,"primero debemos clarificar nuestra identidad. Entiendan, entendamos que nuestra identidad no es imagen, ya no es de facha, ya no es de fachada, nuestra identidad ahora es de "actitudes", de acción, de qué es lo que sí podemos hacer que puede ser excelente, pésimo o mediocre".

Para terminar, por supuesto que la identidad nacional reviste numerosas facetas: puede constituirse en un problema filosófico, político y cultural, el cual forma parte de un entramado conceptual que incluye al Estado, la nación, la diversidad cultural y los nacionalismos; o bien, puede formar parte de una vivencia específica, articulándose en actores sociales concretos que llevan a sus prácticas cotidianas las distintas apropiaciones de lo cultural y los diferentes sentidos de lo que es ser ecuatoriano hoy a fin de siglo y de milenio.

La identidad nacional es ambas cosas y muchas más. La identidad es como aquellos caleidoscopios con los que jugábamos cuando éramos niños: contienen elementos básicos constitutivos, pero conforme uno los juega, conforme entran en contacto con uno y con sus aspiraciones de vida, cambian de forma desplegando una variedad de facetas multicolores. Lo mejor de todo es que, como en el caleidoscopio, el juego nunca termina, sino que se transforma en arte y la identidad se revela única, cambiante, sorprendente y maravillosa cada vez que la intentamos apreciar.


3. CONCLUSIONES

La presente monografía, en el mes de Abril, se planteó como tema central “la identidad ecuatoriana”. El desarrollo del seminario, las lecturas y el análisis realizado motivó el que dejemos de lado este objetivo por considerarlo particular y, al tratarlo en general, consideramos que podemos tomar partido, posición sobre la problemática de la identidad tratada genéricamente y por tanto igualmente válida para el caso específico ecuatoriano.
A continuación, y a manera de conclusiones, recogemos planteamientos que los acogemos como propios:
• No hay ni puede haber “naturaleza humana latinoamericana “ ni experiencias ontológicas diferenciadoras. No hay el “ hombre europeo” ni el “ hombre latinoamericano” que son términos vagos, imprecisos, igual que ocurre con raza latina, mentalidad latina, lo cual resulta muy complicado pues al congelar un término se niega la historicidad, la heterogeneidad que es evidente desde lo empírico.
• El ser es universal y eterno, lo de latinoamericano es simplemente histórico.
• El sujeto, rescatado como sujeto histórico se construye permanentemente en su identidad y para ello una de sus vías es el lenguaje, el discurso
• Debemos autoafirmarnos, autovalorarnos, como humanos, como entes diversos.
• Existen sujetos latinoamericanos, están reconocido de hecho y tienen como sus rasgos identitarios la lengua de comunicación, el origen cultural.
• Las identidades son nómades, evanescentes, parciales, con fronteras porosas, son un espejismo.
• La identidad, debe ser comprendida como un proceso de identificación, es un constructo, algo que hacemos, que construimos que se desplaza en el tiempo. No es una esencia como lo conciben los conservadores, sino un fenómeno histórico que se construye sobre rasgos identitarios diversos y unos, por ausencia y presencia, la identidad es un fenómeno histórico y también cultural.
• Para que haya un “nosotros” como proceso de identificación, se requiere ponernos a nosotros mismos como valiosos
• Hay pluralidad de “nosotros” en constante intercambio y relaciones.
• Cada cultura tiene su logos, su mito fundante.
• El gran reto es deconstruir El logos, porque hay muchos logos.
• Se trata de ubicar la heterogeneidades, puesto que nada existe “ en bloque”.
• El reconocer de la heterogeneidades culturales no puede llevarnos a la indiferencia étnica.
• Existen diversos modos de objetivación, generales, específicos, sociales, de género, de clase, nacionales, de épocas históricas.
• La “filosofía latinoamericana” es aquella que estudia justamente los modos de objetivación del hombre latinoamericano, los modos en que esa cultura ha sido hecha.
• Existen peligros en el proceso de identificación como por ejemplo el concebir que esta es esencial lo que lleva a los fundamentalismos, otro peligro es el olvido de la pluralidad y la diversidad que borran las diferencias y un tercer peligro es el negar la característica dialéctica de la identidad.
• La verdad no se encuentra en la totalidad sino en la particularidad.
• El ahondamiento en la situación de periferia, de pobreza, están llevando a la pérdida de subjetividad del hombre latinoamericano.
• La alteridad, el otro, no se justifican con identidades evanescentes y mestizajes globales.
• Tenemos una angustia frente al problema de la originalidad, la cual, está seguramente vinculada al complejo de inferioridad, pues, nadie ha podido dejar de tomar de otros y hacer sólo lo nuestro.
• Hay que estar atentos a evitar hipostasiar al hombre latinoamericano.
• Sentirse otro ontológicamente es reproducir y perpetuar el colonialismo.
• Debemos superar el problema de la doble conciencia: somos una cosa queriendo ser otra.
• Las identidades van de un lado a otro, no se pueden congelar, somos sujetos nomádicos.
• Todo proceso de homogenización es violento y es resultado de la imposición del poder colonial.
• Somos iguales como seres cuya característica es la heterogeneidad. Por principio no nos debemos quitar ninguna posibilidad.