Durkheim, Las Reglas del Método Sociológico

Durkheim | Las Reglas del Método Sociológico


Emile Durkheim, "Las Reglas del Método Sociológico"


Cap. I: "Qué es un hecho social"

Antes de indagar el método que conviene al estudio de los hechos sociales, es
preciso saber a qué hechos se da este nombre.
La cuestión es tanto más necesaria, en cuanto se emplea aquel calificativo sin
mucha precisión; se le emplea corrientemente para designar a casi todos los
fenómenos que ocurren en el interior de la sociedad, por poco que a una cierta
generalidad unan algún interés social. Pero, partiendo de esta base, apenas si
podríamos encontrar ningún hecho humano que no pudiera ser calificado de social.
Todo individuo bebe, duerme, come, razona, y la sociedad tiene un gran interés
en que estas funciones se cumplan regularmente. Si estos hechos fueran, pues,
sociales, la sociología no tendría objeto propio, y su dominio se confundiría
con el de la biología y el de la psicología.
Pero, en realidad, en toda sociedad existe un grupo determinado de fenómenos que
se distinguen por carácteres bien definidos de aquellos que estudian las demás
ciencias de la Naturaleza.
Cuando yo cumplo mi deber de hermano, de esposo o de ciudadano, cuando ejecuto
las obligaciones a que me he comprometido, cumplo deberes definidos, con
independencia de mí mismo y de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Aún
en los casos en que están acordes con mis sentimientos propios, y sienta
interiormente su realidad, ésta no deja de ser objetiva, pues no soy yo quien
los ha inventado, sino que los he recibido por la educación. ¡Cuántas veces
sucede que ignoramos el detalle de las obligaciones que nos incumben, y para
conocerlas tenemos necesidad de consultar el Código y sus intérpretes
autorizados! De la misma manera, al nacer el creyente ha encontrado
completamente formadas sus creencias y prácticas; si existían antes que él, es
que tienen vida independiente. El sistema de signos de que me sirvo para
expresar mi pensamiento, el sistema de monedas que uso para pagar mis deudas,
los instrumentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales, las
prácticas seguidas de mi profesión, etc., funcionan con independencia del empleo
que hago de ellos. Que se tomen uno tras otros los miembros que integran la
sociedad, y lo que precede podrá afirmarse de todos ellos.
He aquí, pues, maneras de obrar, de pensar y de sentir, que presentan la
importante propiedad de existir con independencia de las conciencias
individuales.
Y estos tipos de conducta o de pensar no sólo son exteriores al Individuo, sino
que están dotados de una fuerza imperativa y coercitiva, por la cual se le
imponen, quieran o no. Sin duda, cuando me conformo con ellos de buen grado,
como esta coacción no existe o pesa poco, es inútil; pero no por esto deja de
constituir un carácter intrínseco de estos hechos y la prueba la tenemos en que
se afirma, a partir del momento en que intentamos resistir. Si yo trato de
violar las reglas del derecho, reaccionan contra mí para impedir mi acto si
todavía hay tiempo, o para anularlo y restablecerlo en su forma normal si se ha
realizado y es reparable, o para hacérmelo expiar si no puede ser reparado de
otra manera. ¿Se trata de máximas puramente morales? La conciencia pública
impide todo acto que la ofenda, por la vigilancia que ejerce sobre la conducta
de los ciudadanos y las penas especiales de que dispone. En otros casos la
coacción es menos violenta, pero existe. Si yo no me someto a las convenciones
del mundo, si al vestirme no tengo en cuenta las costumbres seguidas en mi país
y en mi clase, la risa que provoco, el aislamiento en que se me tiene, producen,
aunque de una manera más atenuada, los mismos efectos que una pena propiamente
tal. Además, no por ser la coacción indirecta, es menos eficaz. Yo no tengo
obligación de hablar en francés con mis compatriotas, ni de emplear las monedas
legales; pero me es imposible hacer otra cosa. Si intentara escapar a esta
necesidad mi tentativa fracasaría miserablemente. Industrial, nada me impide
trabajar con procedimientos y métodos del siglo pasado; pero si lo hago me
arruinaré sin remedio. Aun cuando pueda liberarme de estas reglas y violarlas
con éxito, no lo haré sin lucha. Aun cuando pueda vencerlas definitivamente,
siempre hacen sentir lo suficiente su fuerza coactiva por la esistencia que
oponen. Ningún innovador, por feliz que haya sido en su empresa, puede
vanagloriarse de no haber encontrado obstáculos de este género.
He aquí, pues, un orden de hechos que presentan caracteres muy especiales:
consisten en maneras de obrar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y
que están dotadas de un poder coactivo, por el cual se le imponen. Por
consiguiente, no pueden confundirse con los fenómenos orgánicos, pues consisten
en representaciones y en acciones; ni con los fenómenos psíquicos, que sólo
tienen vida en la conciencia individual y por ella. Constituyen, pues, una
especie nueva, a que se ha de dar y reservar la calificación de (sociales). Esta
calificación les conviene, pues no teniendo al individuo por sustracto, es
evidente que no pueden tener otro que la sociedad, ya a la política en su
integridad, ya a algunos de los grupos parciales que contiene, confesiones
religiosas, escuelas políticas, literarias, corporaciones profesionales, etc.
Además, podemos afirmar que sólo conviene a ellos, pues la palabra social, sólo
tiene un sentido definido a condición de designar únicamente fenómenos que no
entran en ninguna de las categorías de hechos constituidos y calificados.
Constituyen, pues, el dominio propio de la sociología. Es verdad que la palabra
coacción, con la cual los definimos, corre riesgo de asustar a los partidarios
entusiastas de un individualismo absoluto. Como estos creen que el individuo es
perfectamente autónomo, consideran que se aminora su valor, siempre que se
intenta hacerlo depender de algo que no sea él mismo. Más siendo hoy ya
incontestable que la mayoría de nuestras ideas y tendencias no son elaboradas
por nosotros, sino que provienen del exterior, es evidente que sólo pueden
penetrar en nosotros, por medio de la imposición: esto es cuanto significa
nuestra definición. Además, es cosa sabida que toda coacción social no es
necesariamente exclusiva de la personalidad individual.(1)
Sin embargo, como los ejemplos que acabamos de citar (reglas jurídicas, morales,
dogmas religiosos, sistemas financieros, etc.), consisten todos en creencias y
en prácticas constituidas, de lo que antecede podría deducirse que el hecho
social ha de ir acompañado forzosamente de una organización definida. Pero
existen otros hechos que, sin presentar estas formas cristalizadas, tienen la
misma objetividad y el mismo ascendiente sobre el individuo. Nos referimos a lo
que se ha llamado corrientes sociales. Por ejemplo: en una asamblea, los grandes
movimientos de entusiasmo, de indignación, de piedad, que se producen, no se
originan en ninguna conciencia particular. Vienen a cada uno de nosotros del
exterior, y son capaces de arrastrarnos aun contra nuestro deseo. Sin duda,
puede suceder que si me abandono a ellos sin reserva, yo no sienta la presión
que ejercen sobre mí. Pero aparece desde el momento en que intente resistirlos.
Que un Individuo trate de oponerse a una de estas manifestaciones colectivas, y
los sentimientos que niega, se vuelven en su contra. Ahora bien, si esta fuerza
de coerción externa se afirma con tal claridad en los casos de resistencia, es
que existe, aunque inconsciente, en los casos contrarios. Entonces somos
víctimas de una ilusión que nos hace creer que hemos elaborado por nosotros
mismos lo que se nos impone desde fuera. Pero si la complacencia con que creemos
esto, desfigura el impulso sufrido, no lo suprime . El aire tampoco deja de ser
pesado, porque no sintamos su peso. Aun cuando hayamos, por nuestra parte,
colaborado a la emoción común, la impresión que hemos sentido es muy diferente
de la que hubiéramos experimentado de estar solos. Una vez terminada la reunión,
y cesado de obrar sobre nosotros aquellas influencias sociales, al encontrarnos
solos con nosotros mismos, los sentimientos por los que hemos pasado nos hacen
el efecto de algo extraño en lo cual no nos reconocemos. Entonces comprendemos
que los hemos sufrido mucho más de lo que en ellos hemos colaborado. Hasta
pueden inspirarnos horror, por lo contrarios que son a nuestra naturaleza. Y de
esta manera, individuos generalmente inofensivos, reunidos en manada, pueden
dejarse arrastrar por actos de verdadera atrocidad. Ahora bien; cuanto hemos
dicho de estas explosiones pasajeras, se aplica igualmente a estos movimientos
de opinión, más duraderos, que se producen sin cesar a nuestro alrededor, ya en
el conjunto de la sociedad, ya en círculos más limitados, sobre materias
religiosas, políticas, literarias, artísticas, etc.
De otra parte, para confirmar con una experiencia característica esta definición
del hecho social, basta observar la manera como son educados los niños. Cuando
se miran los hechos tales como son y como siempre han sido, salta a los ojos que
toda educación consiste en un esfuerzo continuo para imponer a los niños maneras
de ver, de sentir y de obrar, a las cuales no habrían llegado espontáneamente.
Desde los primeros momentos de su vida les obligamos a comer, a beber, a dormir
en horas regulares, a la limpieza, al sosiego, a la obediencia; más tarde les
hacemos fuerza para que tengan en cuenta a los demás, para que respeten los
usos, conveniencias; les coaccionamos para que trabajen, etcétera. Si con el
tiempo dejan de sentir esta coacción, es que poco a poco origina hábitos y
tendencias internas que la hacen inútil, pero que sólo la reemplazan porque
derivan de ella. Es verdad que, según Spencer, una educación racional debería
reprobar tales procedimientos y dejar en completa libertad al niño; pero como
esta teoría pedagógica no ha sido practicada por ningún pueblo conocido, sólo
constituye un desiderátum personal, no un hecho que pueda oponerse a los hechos
que preceden. Lo que hace a estos últimos particularmente instructivos, es el
tener la educación precisamente por objeto el constituir al ser social; en ella
se puede ver, como en resumen, la manera como en la historia se ha constituido
este ser. Esta presión de todos los momentos que sufre el niño es la presión
misma del medio social que tiende a moldearlo a su imagen y del cual los padres
y los maestros no son más que los representantes y los intermediarios.
No es su generalidad lo que puede servirnos para caracterizar los fenómenos
sociales. Un pensamiento que se encuentre en todas las conciencias particulares,
un movimiento que repitan todos los individuos, no son, por esto, hechos
sociales. Si para definirlos se contenta el sociólogo con este carácter, es que,
equivocadamente, los confunde con lo que podríamos llamar sus encarnaciones
individuales. Lo que los constituye son las creencias, las tendencias, las
prácticas del grupo tomado colectivamente; en cuanto a las formas que revisten
los estados colectivos al refractarse en los individuos, son cosas de otra
especie. Lo que demuestra categóricamente esta dualidad de naturaleza es que
estos dos órdenes de hechos se presentan muchas veces disasociados. En efecto:
algunas de estas maneras de obrar y de pensar adquieren, por la repetición, una
especie de consistencia que, por decirlo así, los precipita y los aisla de los
hechos particulares que los reflejan. De esta manera afectan un cuerpo y una
forma sensible que les es propio, y constituyen una realidad sui géneris muy
distinta de los hechos Individuales que las manifiestan. El hábito colectivo no
existe sólo en estado de inmanencia en los actos sucesivos que determina, sino
que, por un privilegio sin par en el reino biológico, se expresa una vez para
siempre en una fórmula que se repite de boca en boca, se transmite por la
educación y hasta se fija por escrito. Tal es el origen de las reglas jurídicas,
morales, de los aforismos y dichos populares, de los artículos de fe, en donde
las sectas religiosas y políticas condensan sus creencias, de los códigos de lo
bello que erigen las escuelas literarias. Ninguna de ellas se encuentran por
completo en las aplicaciones que hacen las particulares, pues hasta pueden
existir sin ser actualmente aplicadas.
Sin duda esta disociación no se presenta siempre con la misma claridad. Pero
basta con que exista de una manera incontestable en los importantes y numerosos
casos que acabamos de recordar, para demostrar que el hecho social es distinto
de sus repercusiones individuales. Además, aun cuando no se presente
inmediatamente a la observación, puédese ésta realizar mediante ciertos
artificios de método: hasta es necesario proceder a esta operación si se quiere
separar el hecho social de toda mescolanza, para observarlo de esta manera en
estado de pureza. Y de esta manera, existen ciertas corrientes de opinión que
nos empujan con una desigual intensidad, según los tiempos y los países, una,
por ejemplo, hacia el matrimonio, otra, al suicidio o a una natalidad más o
menos fuerte. Y todo esto son evidentemente hechos sociales. A la primera
impresión parecen inseparables de las formas que toman en los casos
particulares; pero la estadística nos proporciona medios para aislarlos. En
efecto; no sin exactitud están figurados por el tanto por ciento de la
natalidad, de los matrimonios, de los suicidios, es decir, por el número que se
obtiene dividiendo el total medio anual de los matrimonios, de los nacimientos,
de las muertes voluntarias por los hombres en edad de casarse, de procrear, de
suicidarse.(2) Y esto porque como cada una de estas cifras comprende todos los
casos particulares indistintamente, las circunstancias individuales que pueden
tener cierta influencia en la producción del fenómeno se neutralizan mutuamente
y, por consiguiente, no contribuyen a su determinación. Lo que expresan es un
determinado estado del alma colectiva.
He aquí lo que son los fenómenos sociales una vez que se los ha desembarazado de
todo elemento extraño. En cuanto a sus manifestaciones privadas, podemos afirmar
que tienen algo de social, pues reproducen en parte un modelo colectivo; pero
cada una de ellas depende también, y en mucho, de la constitución
orgánico-psíquica del individuo, de las circunstancias particulares en que está
colocado. Estas manifestaciones no son, pues, fenómenos propiamente
sociológicos. Pertenecen a la vez a dos reinos: se las podría llamar
socio-psíquicas. Interesan al sociólogo, sin constituir la materia inmediata de
la sociología. En el interior del organismo se encuentran también fenómenos de
naturaleza mixta que estudian las ciencias mixtas, como la química biológica.
Pero, se dirá:un fenómeno sólo puede ser colectivo a condición de ser común a
todos los miembros de la sociedad o, por lo menos, a la mayoría de ellos, y, por
consiguiente, si es general. Sin duda, pero si es general, se debe a que es
colectivo (es decir, más o menos obligatorio), bien lejos de ser colectivo
porque es general. Es un estado del grupo que se repite en los individuos porque
se les impone. Existe en cada parte porque está en todo, lejos de que esté en el
todo porque está en las partes. Esto es lo que es especialmente evidente de
estas creencias y de estas prácticas, que las generaciones anteriores nos han
transmitido completamente formadas; las recibimos y las adoptamos, porque siendo
a la vez una obra colectiva y una obra secular, están investidas de una
autoridad particular que la educación nos ha enseñado a reconocer y a respetar.
ahora bien; hay que notar que la inmensa mayoría de los fenómenos sociales
llegan a nosotros por este camino. Aun cuando el hecho social sea debido en
parte a nuestra colaboración directa, no por esto cambia de naturaleza. Un
sentimiento colectivo que se manifiesta en una asamblea, no expresa solamente lo
que había de común entre todos los sentimientos individuales, sino que
representa algo completamente distinto, como ya hemos demostrado. Es una
resultante de la vida común, un producto de las acciones y reacciones que se
desarrollan entre las conciencias individuales; si resuena en cada una de ellas,
es en virtud de la energía especial que debe precisamente a su origen colectivo.
Si todos los corazones vibran al unísono, no es a consecuencia de una
concordancia espontánea y preesta-blecida, sino porque una misma fuerza los
mueve en el mismo sentido. Cada uno es arrastrado por todos.
Llegamos, pues, a representarnos de una manera precisa el dominio de la
sociología. Este dominio comprende solamente un grupo determinado de fenómenos.
Un hecho social se reconoce en el poder de coerción externa que ejerce o es
susceptible de ejercer sobre los individuos; y la presencia de este poder se
reconoce a su vez, ya por la existencia de alguna sanción determinada, ya por la
resistencia que el hecho opone a toda empresa individual que tienda a violarla.
Sin embargo también se lo puede definir por la difusión que presenta en el
interior del grupo, con tal que, teniendo en cuenta las precedentes
observaciones, se tenga cuidado de añadir, como segunda especial característica,
que existe con independencia de las formas individuales que toma al confundirse.
En algunos casos, este último criterio hasta es de una aplicación más sencilla
que el anterior. En efecto; la coacción es fácil de constatar cuando se traduce
al exterior por alguna reacción directa de la sociedad, como sucede, por
ejemplo, con el derecho, con la moral, con las creencias, con los usos y hasta
con las modas.
Pero cuando esta coacción es indirecta, como, por ejemplo, la que ejerce una
organización económica, no se percibe siempre con la necesaria claridad. La
generalidad, combinada con la objetividad, pueden entonces ser más fáciles de
establecer. De otra parte, esta segunda definición no es más que la primera en
una forma distinta; pues si una manera de obrar, que tiene vida fuera de las
conciencias individuales se generaliza, sólo puede hacerlo imponiéndose .(3)
Sin embargo, se nos podría argüir: ¿es esta definición completa? En efecto; los
hechos que nos han servido de base son todos maneras de hacer; son de orden
fisiológico. Ahora bien; existen también maneras de ser colectivas; es decir
hechos sociales de orden anatómico y morfológico. La sociología no puede
desinteresarse de lo que concierne al sustracto de la vida colectiva. Y sin
embargo, el número y naturaleza de las partes elementales de que está compuesta
la sociedad, la manera de estar dispuestas; el grado de coalescencia que han
alcanzado, la distribución de la población por el territorio, el número y
naturaleza de las vías de comunicación, la forma de las habitaciones, etcétera,
no parecen al primer examen poder reducirse a maneras de obrar, o de sentir, o
de pensar.
Pero estos diversos fenómenos presentan, desde luego, la misma característica
que nos ha servido para definir a los demás. Estas maneras de ser se imponen al
individuo de la misma suerte que la maneras de hacer de que hemos hablado. En
efecto; cuando se quiere conocer el modo como están combinadas estas divisiones,
la fusión más o menos completa que existe entre ellas, no se puede obtener
ningún resultado mediante una inspección material o por inspecciones
geográficas; y esto porque aquellas divisiones son morales, aun cuando tengan
alguna base en la naturaleza física.
Esta organización solamente puede estudiarse con el auxilio del derecho público,
pues es este derecho el que la determina, de la misma manera que determina
nuestras relaciones domésticas y cívicas. Ella es pues, igualmente obligatoria.
Si la población se amontona en nuestras ciudades en lugar de distribuirse por el
campo, es señal de que existe una corriente de opinión, un impulso colectivo,
que impone a los individuos esta concentración. La libertad que tenemos para
elegir nuestros vestidos, no es superior a la que tenemos para escoger la forma
de nuestras casas; tan obligatoria es una cosa como la otra. Las vías de
comunicación determinan de una manera imperiosa el sentido de las emigraciones
interiores y de los cambios, y hasta la intensidad de estos cambios y
emigraciones, etc. Por consiguiente, todo lo más, a la lista de los fenómenos
que hemos enumerado, como presentando el signo distintivo del hecho social,
podríamos añadir una categoría más; pero como esta enumeración no podría ser
rigurosamente exhaustiva, la adición no será indispensable.
Y ni siquiera sería útil, pues estas maneras de ser no son más que maneras de
hacer consolidadas. La estructura política de una sociedad no es más que la
manera cómo los distintos segmentos que la componen han tomado la costumbre de
vivir entre sí. Si sus relaciones son tradicionalmente estrechas, los segmentos
tienden a confundirse; en el caso contrario, a distinguirse. El tipo de
habitación que se nos impone, no es más que el resultado de la manera como se
han acostumbrado a construir las casas, los que viven a nuestro alrededor, y en
parte, las generaciones anteriores. Las vías de comunicación no son más que el
cauce que se ha abierto a sí misma -al marchar en el mismo sentido- la corriente
regular de los cambios y de las emigraciones, etc. Sin duda, si los fenómenos de
orden morfológico fueran los únicos que presentasen esta fijeza, se podría creer
que constituyen una especie aparte. Pero una regla jurídica es una coordinación
tan permanente como un tipo de arquitectura, y sin embargo, es un hecho
fisiológico. Una simple máxima moral es, a buen seguro, más maleable, pero
presenta formas más rígidas que una sencilla costumbre profesional o que una
moda. Existen, pues, toda una gama de matices que, sin solución de continuidad
enlazan los hechos de estructura más caracterizada con estas corrientes libres
de la vida social que todavía no se han moldeado definitivamente. Entre ellos no
existen más que diferencias en el grado de consolidación que presentan. Unos y
otras no son otra cosa que la vida más o menos cristalizada. Sin duda, puede
existir algún interés para reservar el nombre de morfológicos a los hechos
sociales que hagan referencia al sustracto social, pero en este caso no se ha de
perder de vista que son de la misma naturaleza que los demás. Nuestra definición
comprenderá todo lo definido, si decimos: Hecho social es toda manera de hacer,
fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o
bien: Que es general en el conjunto de una sociedad, conservando una existencia
propia, independiente de sus manifestaciones individuales.(4)
NOTAS
1- Los suicidios se producen con distinta frecuencia según la edad que se tenga
y según la época en que se viva.
2- Pero un estado individual no deja de ser individual por el hecho de que
rebote en otros. Además cabe preguntarse si la palabra imitación es realmente la
adecuada para designar una propagación debida a una influencia coercitiva. Esta
expresión se utiliza para denominar, de forma imprecisa, fenomenos muy diversos
y que seria preciso diferencias.
3- Por lo dicho se comprende la distancia que media entre esta definición del
hecho social y aquella otra que sirve de base al ingenioso sistema de Tarde. En
primer lugar, debemos declarar que nuestras investigaciones no nos han hecho
descubrir, en ninguna parte, aquella influencia preponderante que Tarde atribuye
a la imitación, en la génesis de los hechos colectivos. Además, de la definición
precedente -que no es una teoría, sino un simple resumen de los datos inmediatos
de la observación-, parece resultar que la imitación no sólo no expresa siempre,
sino que no expresa nunca lo que hay de esencial y de característico en el hecho
social. Sin duda, todo hecho social es ilimitado, y como acabamos de ver, tiene
una tendencia a generalizarse; pero esto es porque es social es decir,
obligatorio. Su fuerza de expansión no es la causa, sino la consecuencia de su
carácter sociológico. Si los hechos sociales fueran los únicos en producir esta
consecuencia, la imitación podría servir si no para explicarlos, por lo menos
para definirlos. Pero un estado individual que se repite no deja por esto de ser
individual. Además habría necesidad de aclarar si la palabra imitación es la más
conveniente para designar una propagación debida a una influencia coercitiva.
Bajo esta única expresión se confunden fenómenos muy diferentes, que sería
preciso distinguir.
4- Este estrecho parentesco entre la vida y la estructura, del órgano y de la
función, puede establecerse fácilmente en la sociología, porque entre estos dos
términos extremos, existe toda una serie de intermediarios. Inmediatamente
observables que muestran su lazo de unión. La biología no posee este recurso.
Pero hay derecho para creer que las inducciones sobre este punto de la primera
de estas ciencias, son aplicables a la otra, y que tanto en los organismos como
en las sociedades, sólo existe entre estos dos órdenes de hecho, diferencias de
grado.